La vuelta.

Llevo un par de semanas en España y a ratos aún tengo la cabeza en Haití.
Allí los días se pasaban volando y no nos daba tiempo a asimilar lo que estábamos viviendo ni a digerir las emociones que sentíamos.
Ahora aquí al contarle a la gente la experiencia, al ver las fotos y al tener más tiempo para recordar caras, historias, risas, lugares… salen esas emociones a flote.
En el curso de voluntariado hablamos también de la vuelta. Esa vuelta que cuesta al comparar los dos ritmos de vida, esa vuelta que cuesta al escuchar comentarios de la gente, esa vuelta que cuesta al ver la comida que se tira en el comedor de mi cole, esa vuelta que cuesta al volver con unas gafas que miran el mundo de otra manera.
Con todas esas vivencias, emociones y experiencias de vida, tenemos el empuje necesario para seguir trabajando desde aquí.
Hay que contar lo que le pasa a nuestros hermanos que están en esa isla, viviendo grandes injusticias. Hay que denunciar lo visto allí, pues en este caso somos su voz al otro lado de la frontera.
La semana que viene tenemos reunión de Karit en la delegación de Elda y allí transmitiremos con pasión lo vivido en este campo de trabajo en Haití y contagiaremos de alegría y entusiasmo a nuestros compañeros para que entre todos empecemos a elaborar el calendario de actividades para seguir haciendo con Poco Mucho.

Antes de terminar este post me gustaría dar las gracias en primer lugar a Karit Solidarios por la Paz por facilitar este campo de trabajo y por el gran trabajo que hace, dar las gracias a las hermanas por abrir las puertas de sus casas y de sus corazones, gracias a todos vosotros y vosotras por habernos seguido en el blog y un gracias mayúsculo a cada uno de esos voluntarios y voluntarias que emprendieron este viaje a mi lado. Sois unos valientes.

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Vivir en comunidad… GRACIAS.

Una de las cosas más positivas que valoramos de nuestra experiencia de voluntariado, quizás sea el hecho de poder vivir en comunidad.

Y eso es posible gracias a nuestra contraparte, las Hermanas Carmelitas… No nos abren sólo su casa, sino sus vidas y sus corazones… Su testimonio es clave para nosotros.

Este año hemos tenido la suerte de compartir con la comunidad de las Hnas en Ansa-A-Pitre. Una casa de puertas abiertas, una casa en medio del pueblo, una casa donde nunca sabes cuantos seremos en la mesa, una casa generosa y dispuesta, con el coche siempre a punto de arrancar, disponible y con fuerza… Convivir con las Hnas Niurka, Inés e Yvonne, ha sido una bendición… por la que estamos muy agradecidos.

“Vivir en obsequio de Jesucristo” hecho realidad… Vivir y compartir, pelear y soñar, luchar y no rendirse… rezar en lo cotidiano, cada día… estar en la tierra y con la gente… estar con ellos y ser con ellos… ellos y ellas, ese pueblo haitiano que tanto necesita de signos de esperanza… No preocuparse de una mancha en la ropa o unas arrugas sin planchar, sino preocuparse de las arrugas del alma, las que de verdad importan. Dejarse de nimiedades, ir al fondo, preocuparse y celebrar la VIDA cada día… Decir SÍ.

Hay que valer para ello, hay que ser fuerte y querer estar con la gente de verdad. Dispuesto a todo, a DARSE TODO.

GRACIAS Hnas… GRACIAS querida Hna Niurka, por tu testimonio. GRACIAS Hna Inés y Hna Yvonne…. de corazón. Estamos AHÍ con vosotras. MIL GRACIAS.

El verdadero voluntariado

Llegamos a Santo Domingo, tuvimos una gran bienvenida. Nos montamos en la «guagua» de las hermanas, largo viaje hasta Anse-à-Pitre. Cruzamos la frontera, con miedo, empezaban las dudas y millones de preguntas. Cuando conseguimos entrar a Haití, nos esperaba otra bienvenida, la que nos arrancó unas lágrimas de emoción mezcladas con miedo y desconocimiento.
Empezamos a vivir en Anse-à-Pitre, a conocer a la comunidad, a hacer preguntas a sus gentes, a tocar el hambre, palpar la desnutrición, sentir el polvo, vivimos la muerte a pie de calle, valoramos sus escuelas, su sanidad, su educación… Entonces comenzamos a entender a la gente del pueblo.
Convivimos y nos cruzamos con personas llenas de luz, que se han dado a los demás, las hermanas, asociaciones, escuelas, personas que decidieron dejar su vida acomodada para servir, para plantar una semilla en un desierto y dejarla brotar, y ahora empiezan a recoger sus frutos.
Allí escuchamos a nuestra contraparte, las hermanas, gran labor la que desempeñan, se dan a los demás de una forma que no se puede explicar, hablan el kreyol de la humildad, de la paz, del sosiego, todo ello poco a poco, escuchando a la comunidad en la que viven, tanto en salud como en educación, pero sobre todo hablan el idioma del AMOR hacia el otro. Una mirada, una sonrisa, una mano en el hombro, un silencio, un acompañamiento…

Han pasado ya varias semanas desde que llegamos a España. La vuelta se hizo cuesta arriba, te viene otra oleada de preguntas, dudas, te planteas cómo un mundo puede tener tantos millones de realidades diferentes, entonces el voluntariado te toca el corazón, y te lo toca de una forma especial, porque empiezas a vivir aquí de otra forma. A ver con otros ojos, te empuja a seguir al pie del cañón con Karit.

Y es que en este último post de voluntariado me gustaría agradecer a Karit la gran labor que hace, merece totalmente la pena vivir los proyectos con las personas que luchan día a día por el «con poco… mucho». Merece la pena hacer el curso de voluntariado y dejar que Karit te empape de esa humildad y discreción.

Ahora el trabajo está aquí, en trasmitir lo que hemos vivido allí. En compartir esta nueva mirada.

Gracias, mil gracias

Voluntariado Karit

Uno de los pilares de KARIT es el voluntariado. Nuestra apuesta queremos que sea por el voluntariado formado, preparado… no sólo cuentan las ganas e ilusión. Huimos de “voluntarismos” y “yoyismos”…

Haití quizás ha sufrido, entre otras muchas cosas, de demasiados “voluntarismos”… Nos encontramos ante una realidad que sobrepasa, realidad ante la que te quedas sin palabras… es difícil encontrarlas…

Pero nuestros voluntarios y voluntarias, un año más, están siendo signo de esperanza, están sembrando sonrisas entre los niños y niñas de Anse-A-Pitre, están dejando huella entre los jóvenes que acuden a clase de español, y cambiando el rostro de quien se acerca al centro de salud y es tratado con cariño y cercanía. Es un gusto compartir cada día con los voluntarios y voluntarias de KARIT, cada uno entregado con sus dones en el área que le toca cada día. Es una maravilla disfrutar de su disponibilidad, creatividad, fuerza, ganas e ilusión.

Desde la discreción y la humildad, valores que no están en auge, pero que al voluntariado KARIT nos encanta, queremos seguir apostando por este camino, un camino en el que DARSE a los demás es nuestro compromiso.

GRACIAS chicas y chicos…. Mil Gracias.

Si la educación es de calidad, la sombra de cualquier árbol es la mejor escuela.

“Si la educación es de calidad, la sombra de cualquier árbol es la mejor escuela” esta frase me la dijo la hermana Niurka una mañana de camino a Pakadoc.

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Para nosotros/as ese techo de chapa, esas paredes de telas y ese suelo de tierra fue nuestra mejor escuela durante nuestro campo de trabajo en Haití.
De los dos campamentos educativos que realizamos, uno de ellos fue en Pakadoc.
Pakadoc es un campamento de refugiados informal que se instaló a las afueras de Ansa à Pitre a raíz de la expulsión masiva de haitianos que vivían en la República Dominicana.
En el año 2015 el gobierno de República Dominicana público una ley de regularización de inmigrantes (ley 169-14) donde miles de haitianos fueron forzados a abandonar el país ya que no tenían papeles que demostraban que estaban trabajando allí, ni que sus hijos habían nacido en ese país.
A esto tenemos que añadir la gran oleada de racismo que se vivía en el país utilizando la violencia para que los haitianos se marcharan.
Miguel que vive en Pakadoc desde 2016 nos contaba que tuvieron que huir porque amenazaron a su familia con quemar la casa donde vivían en República Dominicana y vieron cómo pegaban a sus vecinos. Allí dejó a su pareja y a su hijo al que no puede ver porque sería inmigrante ilegal si cruzara la frontera de nuevo.
Eduard que tiene unos 25 años nos contó que él nació en República Dominicana y su hermanos pequeños también. Pero que su padre no supo dónde hacer los papeles para pedir la nacionalidad. Aunque eso también era un arma de doble filo ya que la Constitución haitiana no permite la doble nacionalidad.
Cuando volvieron a Haití no hablaban muy bien creole y mucho menos francés y tampoco consideraban suya la tierra donde tuvieron que instalarse. Ellos también cruzaron la frontera de manera forzosa, ilegales, por la montaña y con el miedo metido en el cuerpo al ver cómo les amenazaban y pegaban en el país vecino.
En el año 2015 llegaron unas 3000 familias que se hacinaron en aquel lugar llamado Pakadoc (cuya traducción al castellano es “parque regalo”). Al poco de instalarse allí hubo un brote grande de cólera y fue en ese momento donde la ayuda internacional intervino y empezó a mandar comida y a realojar a las personas en casas a lo largo de todo el país.
La gente local con la que hablamos decía que solo se dio dinero para cubrir los gastos de 6 meses y “que el tanto de la reubicación se lo sumó el presidente de Haití en año electoral”. Pero cuando se acabó el dinero y la gente no encontraba otra salida laboral, volvieron a cruzar la frontera.
Actualmente viven unas 40 familias en condiciones de pobreza extrema. No hay agua, ni luz, ni ningún tipo de servicio cercano. Tan solo una pequeña iglesia evangelista que actualmente se utiliza también de escuela.
Desde hace un año las hermanas hacen la comida para 82 niños y niñas que asisten a esa escuela porque el nivel de malnutrición era muy elevado.
La escuela se mantiene económicamente gracias a un doctor español y al padre Julián que envían dinero desde España.
En ese espacio tan reducido se dividen en tres grupos y se dan diferentes niveles a la vez. No es una escuela formal donde puedan titular, pero al menos los niños y niñas están a la sombra, recogidos en un lugar y hacen algo que no sea ver la vida pasar y tirar piedras.
Después de estar un mes allí todos los días las hermanas han valorado mejorar el estado educativo de esos pequeños. Seguro que el próximo año veremos cambios.
En definitiva Pakadoc es un lugar desolador, donde para delimitar las casas y las calles hay alambrada, el suelo es seco, polvo en el ambiente, niños y niñas corriendo sin ropa, los animales paseándose a sus anchas, los burros cargados de carbón y madera que traen desde la montaña, gente con rostros de cansancio y tristeza y las casas hechas de plásticos, ramas de palmeras, ropa vieja y telas.
Pero a pesar de ese paisaje desolador, las pequeñas sonrisas que a veces esbozaban los niños y niñas iluminaban de esperanza aquella tierra marrón.

 

 

Morir en la frontera

De este mes en Anse-À-Pitre nos quedan muchas vivencias que podríamos contar. Algunas no queremos dejarlas pasar por alto. Y aún estos días, desde España ya, intentaremos compartir…

Si crees firmemente en que el acceso a la salud es un derecho humano, te “hervirá la sangre” si vives y sientes que no es así para todos y todas en todas partes…

Si tienes fácil acudir a un médico cuando estás enfermo o adquirir unos medicamentos que alivien tu dolor, eres de los más privilegiados de la tierra…

Si puedes viajar de un sitio a otro sin problema, sin que te separe un muro o una valla por frontera, sin que una puerta te cierre el paso a ese derecho de moverte, de buscar una salida, una mejoría para tu familiar enfermo, una luz para la vida o si quiera una brizna de dignidad para la muerte… seguramente podríamos decir que tienes mucha suerte. Aunque a veces no nos demos cuenta.

La vida en Anse-À-Pitre no es fácil. El Dispensario Santa Teresita de las Hermanas Carmelitas es una maravillosa luz para la población hoy día. Pequeña, pero luz. En esta población de unos 39.000 habitantes, sólo había un Hospital, muy cerca de la valla que le separa de Pedernales (población más cercana, de Dominicana ya). Es un hospital público. Dice realizado por el Ministerio de Salud Haitiano, y con ayuda de cooperación americana. Está bastante equipado… Pero podríamos decir que no funciona. No hay personal. En el paritorio hay algunas incubadoras todavía precintadas… Cuando lo visitamos las salas estaban vacías absolutamente, y la enfermera que nos atiende, pensando que somos “americanos” nos cuenta las “alabanzas de su funcionamiento”, muchos turnos de personal, formación en salud todos los días frente a una gran pantalla de plasma, todo el mundo con su cartilla de vacunaciones… No cuadraban sus argumentos con la soledad, desidia y vaciedad que estábamos viendo… No cuadra frente a un paisano que se nos acerca a la salida, y nos dice que es “mentira”, que está esperando que atiendan a su mujer desde las 7 de la mañana, y son como las 7 de la tarde… No funciona.

Hay otro hospital cercano, el hospital de Pedernales… Al otro lado de la valla. Hecho con fondos de la cooperación española, de la Junta de Andalucia. Parece que para la población haitiana, pero construido en tierra dominicana. Algo inexplicable, como tantas cosas… Allí los haitianos que consiguen llegar, tienen que pagar para ser atendidos, y rezar para que les pille con la puerta de la frontera abierta… O sea, de 8 de la mañana, a 6 de la tarde.

Si es más tarde, no habrá piedad. No hay coche que cruce esa puerta. Dos países separados por 90 pasos, un pequeño puente, un rio seco, dos puertas tremendas y en medio una “tierra de nadie”… Tanta seguridad y sin embargo, no detectan un “pequeño agujero” en una de las vallas, por donde algunos pueden pasar, siempre que sea andando…  Si no vas por tu propio pie, estás perdido.

Lo vivimos… Lo vimos. Vimos a una mujer de 28 años, con 5 hijos esperándola en casa, y un marido y una madre desesperados en un coche, intentar cruzar la frontera cercana la hora del cierre de la puerta. Ya la habían atendido hacía días en Dominicana y la habían desahuciado… Iba a morir y la mandan a casa… Pero ¿en qué condiciones? Os aseguramos que sin ninguna dignidad. Se estaba ahogando, y quizás sólo hacían falta unos cuidados paliativos que le permitieran “irse” tranquila, descansar… No abrieron la puerta en la frontera. No llegó al hospital de Pedernales. Por la noche, a las 4 de la mañana, falleció.

Nuestras enfermeras y la doctora del dispensario la habían atendido por la tarde en su casa como pudieron, y con el mayor de los cariños, pero no había medios suficientes…  

Sentimos lo que era “morir en la frontera”. En tierra de nadie.  Sentimos la impotencia y la rabia… Y desde KARIT, queremos levantar un “Grito de Paz” para que, los que levantan muros, los tiren de una vez. Para que, los que se creen “dueños del mundo”, abran sus puertas y permitan que vivamos en PAZ en un mundo de HERMANOS.

Unos días antes, también sufrimos otra pérdida. Un niño de 7 meses, que pesaba unos 3 kilos. Un caso de desnutrición severa, entre los muchos y muchos que se ven en la zona. Una vergüenza para la humanidad… “morir de hambre”. Su abuela, impasiva “aparentemente” ante tanto dolor, vino con sus otros dos nietos. Los seguimos de cerca durante una semana. Su hija falleció, y ella se encontró de pronto, al cargo de 3 nietos y sin nada que ofrecerles. Vivían en una casita de telas y cañas en Pakadoc. Vinieron de lejos buscando ayuda… Para el más pequeño fue tarde. Después de mucho pelear, cruzarlo a Pedernales, medicarlo e intentar alimentarlo, su cuerpo no aguantó. Su mirada se nos grabó para siempre. Y la de su hermana, de unos 4 años, quizás todavía más. Al hermano mayor, de unos 6 años, aún podíamos sacarle una sonrisa con alguna distracción. A la pequeña Lobsony era difícil. Muy difícil.

La mañana que madrugamos para llevar al niño a Dominicana a hacerle una transfusión, como último intento, ya fue tarde. Había fallecido, curiosamente también a las 4 de la mañana.

Ese pequeño, esa mujer joven… y tantos y tantos otros, son vidas que se pierden injustamente.

Celebremos la vida, cada día. Busquemos la dignidad de la persona, cada día. Luchemos contra esa lacra del hambre, cada día. Derribemos muros absurdos, cada día.

Hambre Cero. Salud para todos y todas. En todas partes.

No nos olvidemos de HAITÍ… NUNCA.