De este mes en Anse-À-Pitre nos
quedan muchas vivencias que podríamos contar. Algunas no queremos dejarlas
pasar por alto. Y aún estos días, desde España ya, intentaremos compartir…
Si crees firmemente en que el
acceso a la salud es un derecho humano, te “hervirá la sangre” si vives y
sientes que no es así para todos y todas en todas partes…
Si tienes fácil acudir a un
médico cuando estás enfermo o adquirir unos medicamentos que alivien tu dolor,
eres de los más privilegiados de la tierra…
Si puedes viajar de un sitio a
otro sin problema, sin que te separe un muro o una valla por frontera, sin que
una puerta te cierre el paso a ese derecho de moverte, de buscar una salida,
una mejoría para tu familiar enfermo, una luz para la vida o si quiera una
brizna de dignidad para la muerte… seguramente podríamos decir que tienes mucha
suerte. Aunque a veces no nos demos cuenta.
La vida en Anse-À-Pitre no es
fácil. El Dispensario Santa Teresita de las Hermanas Carmelitas es una
maravillosa luz para la población hoy día. Pequeña, pero luz. En esta población
de unos 39.000 habitantes, sólo había un Hospital, muy cerca de la valla que le
separa de Pedernales (población más cercana, de Dominicana ya). Es un hospital
público. Dice realizado por el Ministerio de Salud Haitiano, y con ayuda de
cooperación americana. Está bastante equipado… Pero podríamos decir que no
funciona. No hay personal. En el paritorio hay algunas incubadoras todavía
precintadas… Cuando lo visitamos las salas estaban vacías absolutamente, y la
enfermera que nos atiende, pensando que somos “americanos” nos cuenta las
“alabanzas de su funcionamiento”, muchos turnos de personal, formación en salud
todos los días frente a una gran pantalla de plasma, todo el mundo con su
cartilla de vacunaciones… No cuadraban sus argumentos con la soledad, desidia y
vaciedad que estábamos viendo… No cuadra frente a un paisano que se nos acerca
a la salida, y nos dice que es “mentira”, que está esperando que atiendan a su
mujer desde las 7 de la mañana, y son como las 7 de la tarde… No funciona.
Hay otro hospital cercano, el
hospital de Pedernales… Al otro lado de la valla. Hecho con fondos de la
cooperación española, de la Junta de Andalucia. Parece que para la población
haitiana, pero construido en tierra dominicana. Algo inexplicable, como tantas
cosas… Allí los haitianos que consiguen llegar, tienen que pagar para ser
atendidos, y rezar para que les pille con la puerta de la frontera abierta… O
sea, de 8 de la mañana, a 6 de la tarde.
Si es más tarde, no habrá piedad.
No hay coche que cruce esa puerta. Dos países separados por 90 pasos, un
pequeño puente, un rio seco, dos puertas tremendas y en medio una “tierra de
nadie”… Tanta seguridad y sin embargo, no detectan un “pequeño agujero” en una
de las vallas, por donde algunos pueden pasar, siempre que sea andando… Si no vas por tu propio pie, estás perdido.
Lo vivimos… Lo vimos. Vimos a una
mujer de 28 años, con 5 hijos esperándola en casa, y un marido y una madre
desesperados en un coche, intentar cruzar la frontera cercana la hora del
cierre de la puerta. Ya la habían atendido hacía días en Dominicana y la habían
desahuciado… Iba a morir y la mandan a casa… Pero ¿en qué condiciones? Os
aseguramos que sin ninguna dignidad. Se estaba ahogando, y quizás sólo hacían
falta unos cuidados paliativos que le permitieran “irse” tranquila, descansar…
No abrieron la puerta en la frontera. No llegó al hospital de Pedernales. Por
la noche, a las 4 de la mañana, falleció.
Nuestras enfermeras y la doctora
del dispensario la habían atendido por la tarde en su casa como pudieron, y con
el mayor de los cariños, pero no había medios suficientes…
Sentimos lo que era “morir en la
frontera”. En tierra de nadie. Sentimos la
impotencia y la rabia… Y desde KARIT, queremos levantar un “Grito de Paz” para
que, los que levantan muros, los tiren de una vez. Para que, los que se creen
“dueños del mundo”, abran sus puertas y permitan que vivamos en PAZ en un mundo
de HERMANOS.
Unos días antes, también sufrimos
otra pérdida. Un niño de 7 meses, que pesaba unos 3 kilos. Un caso de
desnutrición severa, entre los muchos y muchos que se ven en la zona. Una
vergüenza para la humanidad… “morir de hambre”. Su abuela, impasiva “aparentemente”
ante tanto dolor, vino con sus otros dos nietos. Los seguimos de cerca durante
una semana. Su hija falleció, y ella se encontró de pronto, al cargo de 3
nietos y sin nada que ofrecerles. Vivían en una casita de telas y cañas en
Pakadoc. Vinieron de lejos buscando ayuda… Para el más pequeño fue tarde.
Después de mucho pelear, cruzarlo a Pedernales, medicarlo e intentar
alimentarlo, su cuerpo no aguantó. Su mirada se nos grabó para siempre. Y la de
su hermana, de unos 4 años, quizás todavía más. Al hermano mayor, de unos 6
años, aún podíamos sacarle una sonrisa con alguna distracción. A la pequeña
Lobsony era difícil. Muy difícil.
La mañana que madrugamos para
llevar al niño a Dominicana a hacerle una transfusión, como último intento, ya
fue tarde. Había fallecido, curiosamente también a las 4 de la mañana.
Ese pequeño, esa mujer joven… y
tantos y tantos otros, son vidas que se pierden injustamente.
Celebremos la vida, cada día.
Busquemos la dignidad de la persona, cada día. Luchemos contra esa lacra del
hambre, cada día. Derribemos muros absurdos, cada día.
Hambre Cero. Salud para todos y
todas. En todas partes.
No nos olvidemos de HAITÍ… NUNCA.