“Si la educación es de calidad, la sombra de cualquier árbol es la mejor escuela” esta frase me la dijo la hermana Niurka una mañana de camino a Pakadoc.
Para nosotros/as ese techo de chapa, esas paredes de telas y ese suelo de tierra fue nuestra mejor escuela durante nuestro campo de trabajo en Haití.
De los dos campamentos educativos que realizamos, uno de ellos fue en Pakadoc.
Pakadoc es un campamento de refugiados informal que se instaló a las afueras de Ansa à Pitre a raíz de la expulsión masiva de haitianos que vivían en la República Dominicana.
En el año 2015 el gobierno de República Dominicana público una ley de regularización de inmigrantes (ley 169-14) donde miles de haitianos fueron forzados a abandonar el país ya que no tenían papeles que demostraban que estaban trabajando allí, ni que sus hijos habían nacido en ese país.
A esto tenemos que añadir la gran oleada de racismo que se vivía en el país utilizando la violencia para que los haitianos se marcharan.
Miguel que vive en Pakadoc desde 2016 nos contaba que tuvieron que huir porque amenazaron a su familia con quemar la casa donde vivían en República Dominicana y vieron cómo pegaban a sus vecinos. Allí dejó a su pareja y a su hijo al que no puede ver porque sería inmigrante ilegal si cruzara la frontera de nuevo.
Eduard que tiene unos 25 años nos contó que él nació en República Dominicana y su hermanos pequeños también. Pero que su padre no supo dónde hacer los papeles para pedir la nacionalidad. Aunque eso también era un arma de doble filo ya que la Constitución haitiana no permite la doble nacionalidad.
Cuando volvieron a Haití no hablaban muy bien creole y mucho menos francés y tampoco consideraban suya la tierra donde tuvieron que instalarse. Ellos también cruzaron la frontera de manera forzosa, ilegales, por la montaña y con el miedo metido en el cuerpo al ver cómo les amenazaban y pegaban en el país vecino.
En el año 2015 llegaron unas 3000 familias que se hacinaron en aquel lugar llamado Pakadoc (cuya traducción al castellano es “parque regalo”). Al poco de instalarse allí hubo un brote grande de cólera y fue en ese momento donde la ayuda internacional intervino y empezó a mandar comida y a realojar a las personas en casas a lo largo de todo el país.
La gente local con la que hablamos decía que solo se dio dinero para cubrir los gastos de 6 meses y “que el tanto de la reubicación se lo sumó el presidente de Haití en año electoral”. Pero cuando se acabó el dinero y la gente no encontraba otra salida laboral, volvieron a cruzar la frontera.
Actualmente viven unas 40 familias en condiciones de pobreza extrema. No hay agua, ni luz, ni ningún tipo de servicio cercano. Tan solo una pequeña iglesia evangelista que actualmente se utiliza también de escuela.
Desde hace un año las hermanas hacen la comida para 82 niños y niñas que asisten a esa escuela porque el nivel de malnutrición era muy elevado.
La escuela se mantiene económicamente gracias a un doctor español y al padre Julián que envían dinero desde España.
En ese espacio tan reducido se dividen en tres grupos y se dan diferentes niveles a la vez. No es una escuela formal donde puedan titular, pero al menos los niños y niñas están a la sombra, recogidos en un lugar y hacen algo que no sea ver la vida pasar y tirar piedras.
Después de estar un mes allí todos los días las hermanas han valorado mejorar el estado educativo de esos pequeños. Seguro que el próximo año veremos cambios.
En definitiva Pakadoc es un lugar desolador, donde para delimitar las casas y las calles hay alambrada, el suelo es seco, polvo en el ambiente, niños y niñas corriendo sin ropa, los animales paseándose a sus anchas, los burros cargados de carbón y madera que traen desde la montaña, gente con rostros de cansancio y tristeza y las casas hechas de plásticos, ramas de palmeras, ropa vieja y telas.
Pero a pesar de ese paisaje desolador, las pequeñas sonrisas que a veces esbozaban los niños y niñas iluminaban de esperanza aquella tierra marrón.
La educación de calidad es encuentro intenso entre personas, el que busca y el que da, el que siente y el que sueña, el que descubre y el que muestra, el que crece y el que acompaña sin prisas, el que ilumina de ilusión el encuentro y el que muestra las sombras de esa luz…. Maestro y alumno, dando y siendo… Sé que habéis dado más de lo esperado, que traéis más de lo imaginado. Ahora toca aquí… abrir los ojos para conocer y amar una realidad que aunque lejos tenemos que acercarla para hacer de nuestro privilegio oportunidad de cambiar el mundo, quizá con un poco pero cambiarlo para que esa dignidad que nos iguala sea real en aquellos que no tienen nada. Gracias por compartir.
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